El poeta Carlos L. Orihuela ha muerto. La noticia de su repentina partida dejó consternado al mundo intelectual del centro del país, y en especial de Tarma, donde nació. Y es que es difícil asimilar este suceso luctuoso que deja a Junín sin su más representativo poeta, que en los últimos años ha ido publicando de manera frecuente verdaderas joyas poéticas.
Conocí personalmente a Carlos el 2012, cuando presenté por entonces su libro de relatos “Valle de entonces” en una de las aulas de la Facultad de Pedagogía y Humanidades de la Universidad Nacional del Centro del Perú (UNCP); sus relatos me ayudaron a conocer más el alma de su querida Tarma: su cultura, su gente, sus creencias, su historia.
Sin embargo, ya lo había leído a principios de 2010, cuando asistí en mi calidad de periodista a un evento cultural organizado por la Municipalidad Provincial de Tarma. En ese entonces, a través de su hermano César, pude acceder a “Nube gris”, su tercer libro de poemas, publicado en 2001.
El haber leído “Nube gris” fue como descubrir una tierra nueva, de muchas posibilidades. Se trataba de veintidós poemas de impecable factura, y de diversas estructuras, donde el poeta exploraba, ya dueño de sus recursos, los límites del lenguaje, los misterios del hombre y de la riqueza de la cultura andina. Desde entonces estuve en sintonía con su propuesta poética.
Además, todo este tiempo estuve en contacto con él, gracias a las redes sociales y el correo electrónico, pues radicaba en Estados Unidos desde hace varias décadas y ejerció hasta hace poco la docencia en la Universidad de Alabama en Birmingham.
Por él pude también acceder a sus dos primeros libros, “Dimensión de la palabra”, con el que en 1972 fue merecedor del primer premio en el Concurso de Poesía “IV Centenario de la fundación de Huancayo”, y “Abordar la bestia”, publicado en 1986.
Cuando conversaba con Carlos, me decía que él era sobre todo un académico, y en verdad era cierto, pues gozaba de una sólida formación académica gracias a su maestro Antonio Cornejo Polar. En la revista Ptyx, de la cual en los últimos años formó parte, publicó grandiosos estudios sobre José Carlos Becerra, también sobre el poema épico de Joaquín de Olmedo, “La victoria de Junín. Canto a Bolívar”, entre otros. Anteriormente, en 2009, sus estudios habían sido recogidos en “Abordajes y aproximaciones. Ensayos sobre Literatura Peruana del siglo XX (1950-2000)”. En nuestras últimas conversaciones me contó que estaba preparando un segundo tomo de sus ensayos.
Los últimos trabajos poéticos que publicó fueron dos intensas plaquetas, “Asfixia” (2022) y “Mama Huari. Aquella vez” (2024); la primera es un dolido y flexivo poema largo sobre la situación que vivimos en la época del COVID; y la segunda, cuyo diseño y diagramación es de mi autoría, es un homenaje a la memoria y a la cultura milenaria de Tarma, representada en las enigmáticas rocas ubicadas en Huaricolca.
Finalmente, y como un canto de cisne —quién lo habría imaginado—, a fines del 2024, Orihuela publicó “Deambula el otoño”, un libro de poemas que, como su mismo nombre, es una reflexión de los años transcurridos casi al final del camino recorrido. Ahora los poemas son escritos con la sabiduría de un hombre que vivió intensamente. “Te aguardo, / insisto acelerado en letras, / acaezco similar, / fustigándote, / proponiendo la partida”, escribe el poeta, al final de su último poema publicado.
Carlos L. Orihuela ha partido. Ajeno a las modas literarias y al margen de los movimientos y grupos literarios, tampoco se sentía cómodo en ninguna generación literaria. Desarrolló con éxito solo su propia propuesta poética, y tuvo un selecto grupo de fieles lectores, entre los que me cuento. Su poesía dejará huella en las futuras generaciones. De eso estoy seguro. Adiós, poeta. Poeta, adiós.












